domingo, 30 de enero de 2011

No sólo de pastillas se vive en la cama

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¿Quién dijo, señores, que están en la obligación de tener erecciones magistrales a toda hora?

Aclaro que nada tengo contra las pastillas esas que les ayudan a los señores a alcanzar y mantener la firmeza bajo el vientre. Es más, bienvenidas sean, pero cuando se necesiten de verdad, cuando alguna razón física les impida mantenerse con la cabeza en alto. Mejor dicho: ya está bueno de que la autoconfianza de los hombres en la cama se reduzca a una molécula en forma de pastilla.
¿Quién dijo, señores, que están en la obligación de tener erecciones magistrales a toda hora? Como los toreros, es normal tener una mala tarde. Y no por eso dejan los ruedos.
Meterse una pastilla ante la primera flaqueza equivale a mandarse a abrir el cráneo para tratarse el dolor de cabeza.
Antes de hacerlo sepan que la potencia sexual depende de muchos factores que, sumados, se reflejan allá.
Un polvo pone en evidencia desde el tipo de crianza que se tuvo, hasta lo que un señor piensa, lo que come, lo que bebe y la cantidad de grasa que tiene en las arterias.
Ni sueñe con ser el Nacho Vidal que toda mujer quiere tener en su cama si es barrigón, amargado, fuma, toma demasiado, se alimenta con chatarra y se mueve menos que una escultura de Botero.
En esas condiciones -no exagero- es un milagro que usted respire y que su mejor amigo responda, así sea a duras penas. Porque seguramente el pobre está tan muerto que ni Mónica Belucci en pelota lo resucitaría.
Y es aquí donde ellos se preocupan, y sienten que su virilidad se va por debajo de la puerta. Es más, ante la inminencia de una encamada, sacan, muy huraños, toda clase de disculpas. Algunos hasta culpan a su pareja.
En este punto son capaces de echar mano de lo que sea, porque ¡primero muertos que impotentes! Para ellos se vale ser gordos, desacondicionados, desteñidos y desganados, pero cabizbajos jamás...
Por eso no es raro ver entrar en escena untos, rezos, pócimas y, por supuesto, las socorridas pastillas.
Estas no adelgazan, no tonifican, no oxigenan ni suben el estado de ánimo; actúan sólo ahí, no mejoran lo demás. En consecuencia, el señor acaba dependiendo de ellas hasta para hablar con las tías.
Por eso desde ya, señores, a cuidarse. Rendir en la cama exige sacrificios: ejercítense, coman bien, dejen de fumar y de tomar en exceso y manténganse en forma. Háganlo por su mejor amigo y, de paso, por ellas. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO

F   eltiempo.com

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