viernes, 17 de septiembre de 2010

El tango, remedio para el corazón

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Es un pensamiento triste que se baila. Así definió el tango Enrique Santos Discépolo y después de esa frase no habría mucho más que decir. El tango ha sido censurado, prohibido, criticado, incluso perseguido por la Iglesia -según cuenta la leyenda, por lo menos-, cuando el papa Pio X lo juzgó pecaminoso y aconsejó no practicar su baile. Y estaba hablando del mismo género músical que hace un año, en septiembre del 2009, fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Es cierto: razones había en algunos para que, al comienzo, fuera mirado con recelo. El tango nació a finales del siglo XIX en los prostíbulos que miraban hacia el Río de la Plata y entre sus primeros seguidores reinaban bandidos y prostitutas. Suma de la habanera, el tango andaluz, los ritmos italianos y el candombe, el tango nació tan lleno de mezclas como los propios argentinos. Los primeros temas eran interpretados en compañía de violín, flauta y guitarra, antes de que hiciera la aparición en esas tierras el instrumento que luego sería su compañero ideal: el bandoneón, con todo su dramatismo y su emoción.

Al principio bailado entre hombres, que improvisaban cada paso, el tango empezó a aquietar sus movimientos cuando comenzó a bailarse en pareja (incluso en algunos prostíbulos las mujeres cobraban unos cuantos pesos por salir a bailar) e inició el camino hacia lo que el experto argentino Horacio Salas describió como "un baile de comunión total con el cuerpo del otro".

Los sitios de baile no eran muy espaciosos y era mal visto, incluso considerado como una ofensa, estrellarse entre sí. De manera que, por pragmatismo, apareció la solución: "O nos apretamos, o nos pisamos". Y se apretaron. El hombre, dueño del control, dejó de moverse tanto mientras la mujer 'caracoleaba' a su alrededor, muy cerca suyo, sin que sus cuerpos dejaran de tocarse. Los cronistas de principios de siglo pasado lo describían así:

"Se deslizan las parejas hamacándose cadenciosamente al compás de la danza, voluptuosamente, como si en ese baile pusieran todos sus deseos". Al principio era pura improvisación. Poco a poco empezaron a consolidarse algunos pasos que todavía se usan hoy. El tango fue desde sus comienzos una danza introvertida, incluso introspectiva, como lo planteó el escritor Ernesto Sabato en su libro Tango, discusión y clave. Mientras se bailaba, hombre y mujer pensaban en la vida, en sus dolores, en sus alegrías. "Solo un gringo puede hacer la payasada de aprovechar un tango para conversar", agregó Sabato en el libro.

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Pese a ser tan argentino como el mismísimo Che, el tango se extendió por el mundo. Antes de eso, sin embargo, debió dejar de ser propiedad de los marginales. Primero entró en los inquilinatos, luego llegó a las casas de la clase media y, poco a poco, fue aceptado por una alta sociedad porteña que solía mirar más hacia afuera que hacia adentro. Y como el tango había llegado triunfante a Europa -a París, específicamente- empezó a ser recibido también en los grandes salones de Buenos Aires. Los músicos se hicieron especialistas y la letra de las canciones más refinadas: ya no contaban solamente historias de compadritos, sino historias de amor o desamor. De hecho fue un tema de 1917, Mi noche triste, escrito por Pascual Contursi, el que abrió las nuevas puertas del tango. De noche cuando me acuesto no puedo cerrar la puerta, porque dejándola abierta me hago ilusión que volvés. Siempre traigo bizcochitos pa' tomar con matecitos, como cuando estabas vos... Letras así, interpretadas por un tal Carlos Gardel, hicieron el resto.

Hoy el tango es propiedad de todos. La semana pasada una pareja conformada por un argentino y una japonesa logró uno de los primeros lugares en el Mundial de Tango en Buenos Aires. Allá mismo, los colombianos Natasha Agudelo y Diego Benavidez consiguieron el puesto 13 entre 400 concursantes. Hoy difícilmente existe una ciudad en el mundo que no ofrezca un lugar para oírlo y para bailarlo. Su música, sus letras, la cercanía al ejecutarlo, el abrazo... "El tango puede contribuir a solucionar problemas sociales gracias a que es una danza que necesita amor y te obliga a entender que el otro no representa un peligro", afirmó hace poco el bailarín y coreógrafo argentino Pablo Verón, uno de los promotores de este renacer del tango y protagonista de la película La lección de tango. Esa misma idea la tienen cantantes de este género como Adriana Varela, que opina que el encanto del tango sobre los otros bailes (sobre todo los modernos) es que permite encontrarse con el otro. "Incluso el constante roce de una mano con la otra hace que uno sienta esa compañía", afirma Varela.

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Las ventajas del tango no han llegado solo a la salud emocional, sino a la física. Su práctica ha sido objeto de estudio de varios especialistas. Médicos investigadores de la Universidad de Washington, por ejemplo, han relacionado el hecho de bailar tango con la recuperación parcial de personas con enfermedades del sistema nervioso, específicamente el párkinson. La investigación reflejó mejoría en el equilibrio de los pacientes, que es una de las funciones que más se ve afectada en este mal.

Investigadores argentinos afirmaron que bailar tango unas tres veces por semana, en sesiones de máximo una hora, puede mejorar la salud general y reducir riesgos cardiacos. El estudio (elaborado por la Fundación Favaloro) se basó en lo observado en diez parejas de un promedio de 50 años y demostró que el baile de tango "ayuda a disminuir la frecuencia cardíaca de reposo y a aumentar la cantidad de sangre que el corazón expulsa en cada latido". Existen en Buenos Aires, de hecho, varios centros que ofrecen el tango como terapia. Certeras o no las investigaciones, la verdad es que una buena tanda de tango deja más alegre el corazón. Y eso ya es bastante.

Por María Paulina Ortiz


F eltiempo.com

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